La hora secuestrada, de Juan Carlos Lucano



Carlos Valencia

Los poetas registran a veces inadvertidamente vivencias propias que plasman en su producción. Tales detalles imprevisibles los detectamos en Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975) cuando expone: “Una risa extraña nos agobia/ una mirada extraña nos opaca”. El poemario La hora secuestrada (Ediciones Altazor. Lima 2006. 61. pp.) asemeja la privación de la libertad en ópticas diversificadas. Puede ser el instante en que un indigente pide una caridad, para evitar la muerte. El poeta amanece con el sabor a muerte que lo embarga, lo secuestra. La insufrible melancolía polarizada por la indiferencia, sus nuevas luces, redime en recovecos en un blandir de versos. El poeta que toca puertas, toca el tambor y toca lo inasible. Ángel Crespo decía: “Un poema verdadero/ nunca es oscuridad, sino la otra cara de la luz” (Aforismos. Huerga y F. Edits. 1983. p. 71).

En los poemas de Lucano es indeleble el valor que le pone al colorismo de sus versos, para un artista plástico sería algo así como armonía cromática. La hora secuestrada es la hora de la ausencia de equidad en un mundo materialista. La construcción del poemario es el tiempo que le ha tomado al escritor crear su obra, es también la suma de instantes que concedemos los lectores al leerla, entonces se unen esas fronteras entre lector y poeta: la lectura, otro texto.
En esa producción de sentido “La poesía no es un objeto de consumo de masas, sino un objeto de investigación y de deleite. Leer poesía no es consumir una mercancía sino cumplir un acto de afirmación, intensificación y ahondamiento existencial” (RIECHMANN, Jorge. Poesía practicable. Hiperion. 1980. p. 28).

Valiosos poemas a mi modesto entender son “El viejo calcetín”, “El viejo aire” y “El dragón”. Los poetas nos dejan rastros, los comentaristas hacemos lo posible por hacerlos perecederos. Auguramos un gran futuro a Lucano.

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